Hasta ahora teníamos una serie de variables que declaramos al principio del programa o de cada función. Estas variables, que reciben el nombre de ESTÁTICAS, tienen un tamaño asignado desde el momento en que se crea el programa.
Este tipo de variables son sencillas de usar y rápidas... si sólo vamos a manejar estructuras de datos que no cambien, pero resultan poco eficientes si tenemos estructuras cuyo tamaño no sea siempre el mismo.
Es el caso de una agenda: tenemos una serie de fichas, e iremos añadiendo más. Si reservamos espacio para 10, no podremos llegar a añadir la número 11, estamos limitando el máximo. Una solución sería la de trabajar siempre en el disco: no tenemos límite en cuanto a número de fichas, pero es muchísimo más lento.
Lo ideal sería aprovechar mejor la memoria que tenemos en el ordenador, para guardar en ella todas las fichas o al menos todas aquellas que quepan en memoria.
Una solución “típica” (pero mala) es sobredimensionar: preparar una agenda contando con 1000 fichas, aunque supongamos que no vamos a pasar de 200. Esto tiene varios inconvenientes: se desperdicia memoria, obliga a conocer bien los datos con los que vamos a trabajar, sigue pudiendo verse sobrepasado, etc.
La solución suele ser crear estructuras DINÁMICAS, que puedan ir creciendo o disminuyendo según nos interesen. Ejemplos de este tipo de estructuras son:
Y la cosa se va complicando: en los árboles cada elemento puede tener varios sucesores, etc.
Todas estas estructuras tienen en común que, si se programan bien, pueden ir creciendo o decreciendo según haga falta, al contrario que un array, que tiene su tamaño prefijado.
En todas ellas, lo que vamos haciendo es reservar un poco de memoria para cada nuevo elemento que nos haga falta, y enlazarlo a los que ya teníamos. Cuando queramos borrar un elemento, enlazamos el anterior a él con el posterior a él (para que no “se rompa” nuestra estructura) y liberamos la memoria que estaba ocupando.